Los últimos días allí fueron realmente escalofriantes. Entre el agua de la ducha que salía como fuego, la música que subía y bajaba su volúmen sin que medie movimiento alguno y ese espejo que reflejaba a su manera, realmente estaba para volverse loco.
Decir que nunca fui de esas personas que atribuyen los hechos a lo sobrenatural, pues en caso de haber sido religiosa supongo hubiese ido a llamar a un exorcista o a esas personas que depuran el ambiente de espíritus y cosas malignas.
Aunque quizás los días en aquella casa siempre hayan sido tenebrosos. Lo impactante era que eso, para muchos de mis convivientes, se había vuelto parte de la vida cotidiana.
Tal vez si yo también me hubiese acostumbrado la mudanza me hubiese sido más sencilla.
El flete había llegado sólo algunos minutos tarde. Y el traspaso de casa fue bastante tranquilo salvo por mi gato que dejó sus uñitas marcadas sobre el rostro de algún que otro fletero.
Una vez instalada en mi nuevo hogar, tuve la sensación de que algo me faltaba. Y sin más deduje que algo de mí había quedado atrapado en mi anterior vivienda.
Luego de algunos días decidí ir en búsqueda de ese algo que había olvidado. Fui a mi anterior dirección y noté que esa vivienda había sido transformada en una plaza.
Pregunté a los vecinos desde cuándo estaba esa plaza allí.
Casi por unanimidad me contestaron que para que crezca el pasto se necesitan mínimo tres vidas.
Sinceramente quedé perpleja, nadie sabía qué decía pero sin embargo todos o casi todos lo repetían una y otra vez.
Creo que lo mejor que podría haber hecho no lo hice, sin embargo no me arrepiento de haber investigado, de haber deducido que el hecho de vivir en ese barrio compuesto de camillas y delantales blancos traía mala suerte, pero no sólo eso sino que también llevaba a la locura.
Patricia Ortemberg
Decir que nunca fui de esas personas que atribuyen los hechos a lo sobrenatural, pues en caso de haber sido religiosa supongo hubiese ido a llamar a un exorcista o a esas personas que depuran el ambiente de espíritus y cosas malignas.
Aunque quizás los días en aquella casa siempre hayan sido tenebrosos. Lo impactante era que eso, para muchos de mis convivientes, se había vuelto parte de la vida cotidiana.
Tal vez si yo también me hubiese acostumbrado la mudanza me hubiese sido más sencilla.
El flete había llegado sólo algunos minutos tarde. Y el traspaso de casa fue bastante tranquilo salvo por mi gato que dejó sus uñitas marcadas sobre el rostro de algún que otro fletero.
Una vez instalada en mi nuevo hogar, tuve la sensación de que algo me faltaba. Y sin más deduje que algo de mí había quedado atrapado en mi anterior vivienda.
Luego de algunos días decidí ir en búsqueda de ese algo que había olvidado. Fui a mi anterior dirección y noté que esa vivienda había sido transformada en una plaza.
Pregunté a los vecinos desde cuándo estaba esa plaza allí.
Casi por unanimidad me contestaron que para que crezca el pasto se necesitan mínimo tres vidas.
Sinceramente quedé perpleja, nadie sabía qué decía pero sin embargo todos o casi todos lo repetían una y otra vez.
Creo que lo mejor que podría haber hecho no lo hice, sin embargo no me arrepiento de haber investigado, de haber deducido que el hecho de vivir en ese barrio compuesto de camillas y delantales blancos traía mala suerte, pero no sólo eso sino que también llevaba a la locura.
Patricia Ortemberg
Cruenta ironia, muy bueno, cariños
ResponderEliminar