El corcel de la noche
Así era apodado Benjamín Feldman. Lo portaba orgulloso por la calles de Pinamar. Los oficiales que identificaban el convertible negro de vidrios polarizados hacían la vista gorda, nadie quería tener problemas. Según cuentan algunos allegados, fue socio de Gustavo Palmer, pero los turbios negocios de Feldman lo alejaron luego de una escandalosa discusión en las oficinas de Ku, en donde Benjamín, entre golpes e insultos, bajo hasta su BMW en donde guardaba en un estuche de paño su hacha, subió y Palmer ya no estaba. Este era la particularidad que identificaba a Feldman, se jactaba de no portar armas de fuego y dijo nunca haber matado a nadie con un cuchillo, eso lo dejaba para los guapos del 1900. Siempre llevaba consigo un hacha de cabo de madera, impecable, salvo por la sangre que realmente intimidaba y forjaba una serie de anécdotas y leyendas urbanas.
De porte psicotico, y exagerados comportamientos “cocainicos”, transitaba por su imperio en Mar del Plata. Luego de la escandalosa separación con Palmer, Benjamín comenzó con unos boliches céntricos en la zona de la peatonal, fachada para la venta de droga. El negocio se expandió al ritmo de su desmedida ambición, y también inauguro, tres cabarets en la zona del puerto. Por sus métodos de intimidación no tardo en hacerse conocido y en generar una verdadera mafia de la noche. Llego a tener un harén de 200 mujeres trabajando, entre las que residían en los cabarets, las que tenían su parada y los privados. Mientras el seguía su vampirica rutina de dormir de día y vivir de noche. Hay cuestiones que se deben atender personalmente, no tiene el mismo efecto mandar a otro, afirmaba Feldman. Fue así como luego de presenciar la clausura de uno de sus cabarets, se dirigió hacia la intendencia y, hacha en mano, amenazo lisa y llanamente con matar al edil. Anécdota que caracteriza a Benjamín en la noche de Mar del plata. Esto le daba una especie de inmunidad y respeto entre los mismo bandidos, además de su abultada billetera y los contactos en la política.
Una noche de vigilia en una de sus discotecas, envía a uno de sus secuaces a llamar a una joven de cabello rubio y look juvenil que se encontraba en la barra tomando con sus amigas. Luego de algunas copas y sonrisas la invita a dirigirse hacia sus otras discotecas en una especie de night & enterteiment tour. Accedió, y junto con sus amigas recorrieron la noche marplatense, entre alcohol y drogas, para finalizar con el alba en la quinta de Feldman. Allí, los excesos continuaron, las jóvenes estaban completamente drogadas y Benjamín y sus amigos abusaron sexualmente de ellas durante dos días. Los cuerpos aparecieron en la zona de los acantilados, completamente mutilados, por cortes bruscos y en bolsas de consorcio, según afirmaron los forenses.
Las cosas se pusieron feas para Benjamín, si bien la policía nunca pudo comprobar su culpabilidad, la noche había sido testigo de sus hechos. Escapo hacia Brasil sin dejar rastro, vivió en Fortaleza dos meses hasta que comenzó a sentir los pasos de sus sicarios. Luego Panamá, Méjico, Cuba y finalmente deposito sus huesos en un pequeño pueblo del condado de Oregon. Paso allí unos tres años, refugiado bajo el nombre de Eduardo Iza, exhibiendo una cedula de nacionalidad uruguaya. Nuevamente la rosa negra enluto la puerta de su humilde casa.
Paradójicamente el hombre de la noche se refugio en el insomnio del norte. Allí donde las noches son sol, y ventanas cerradas. Donde no existe la luna o las luciérnagas, un infierno donde la cortesía se reduce en un eterno, buenas tardes. Noches blancas de grillos censurados, desiertos helados y pálido horizonte.
El hombre de la noche, no se levanta a la mañana, no existe tal cosa. Sin embargo, caprichosamente, dejan el diario en la puerta de su casa. Sobre el periódico la displicente rosa de túnica negra. La miró fijamente, trágico consuelo al blanco día, la advertencia había llegado. Cuando parecía que no había lugar donde esconderse, la noche llego. Alivio de luz, se escondió en la sombra eterna. Volvió a ser Benjamín, el “corcel de la noche”, paladín de hacha ensangrentada, parlamentista de sus leyes, domador de Lunas.
La nieve color púrpura y el hacha clavada en su cabeza, sobre su cuerpo mutilado a hachazos, reposaba la foto de la joven Verónica, y en su torso la rosa negra, por la ventana la impunidad del Sol que flechaba algunos rayos a través de la persiana.
Kantauri
Así era apodado Benjamín Feldman. Lo portaba orgulloso por la calles de Pinamar. Los oficiales que identificaban el convertible negro de vidrios polarizados hacían la vista gorda, nadie quería tener problemas. Según cuentan algunos allegados, fue socio de Gustavo Palmer, pero los turbios negocios de Feldman lo alejaron luego de una escandalosa discusión en las oficinas de Ku, en donde Benjamín, entre golpes e insultos, bajo hasta su BMW en donde guardaba en un estuche de paño su hacha, subió y Palmer ya no estaba. Este era la particularidad que identificaba a Feldman, se jactaba de no portar armas de fuego y dijo nunca haber matado a nadie con un cuchillo, eso lo dejaba para los guapos del 1900. Siempre llevaba consigo un hacha de cabo de madera, impecable, salvo por la sangre que realmente intimidaba y forjaba una serie de anécdotas y leyendas urbanas.
De porte psicotico, y exagerados comportamientos “cocainicos”, transitaba por su imperio en Mar del Plata. Luego de la escandalosa separación con Palmer, Benjamín comenzó con unos boliches céntricos en la zona de la peatonal, fachada para la venta de droga. El negocio se expandió al ritmo de su desmedida ambición, y también inauguro, tres cabarets en la zona del puerto. Por sus métodos de intimidación no tardo en hacerse conocido y en generar una verdadera mafia de la noche. Llego a tener un harén de 200 mujeres trabajando, entre las que residían en los cabarets, las que tenían su parada y los privados. Mientras el seguía su vampirica rutina de dormir de día y vivir de noche. Hay cuestiones que se deben atender personalmente, no tiene el mismo efecto mandar a otro, afirmaba Feldman. Fue así como luego de presenciar la clausura de uno de sus cabarets, se dirigió hacia la intendencia y, hacha en mano, amenazo lisa y llanamente con matar al edil. Anécdota que caracteriza a Benjamín en la noche de Mar del plata. Esto le daba una especie de inmunidad y respeto entre los mismo bandidos, además de su abultada billetera y los contactos en la política.
Una noche de vigilia en una de sus discotecas, envía a uno de sus secuaces a llamar a una joven de cabello rubio y look juvenil que se encontraba en la barra tomando con sus amigas. Luego de algunas copas y sonrisas la invita a dirigirse hacia sus otras discotecas en una especie de night & enterteiment tour. Accedió, y junto con sus amigas recorrieron la noche marplatense, entre alcohol y drogas, para finalizar con el alba en la quinta de Feldman. Allí, los excesos continuaron, las jóvenes estaban completamente drogadas y Benjamín y sus amigos abusaron sexualmente de ellas durante dos días. Los cuerpos aparecieron en la zona de los acantilados, completamente mutilados, por cortes bruscos y en bolsas de consorcio, según afirmaron los forenses.
Las cosas se pusieron feas para Benjamín, si bien la policía nunca pudo comprobar su culpabilidad, la noche había sido testigo de sus hechos. Escapo hacia Brasil sin dejar rastro, vivió en Fortaleza dos meses hasta que comenzó a sentir los pasos de sus sicarios. Luego Panamá, Méjico, Cuba y finalmente deposito sus huesos en un pequeño pueblo del condado de Oregon. Paso allí unos tres años, refugiado bajo el nombre de Eduardo Iza, exhibiendo una cedula de nacionalidad uruguaya. Nuevamente la rosa negra enluto la puerta de su humilde casa.
Paradójicamente el hombre de la noche se refugio en el insomnio del norte. Allí donde las noches son sol, y ventanas cerradas. Donde no existe la luna o las luciérnagas, un infierno donde la cortesía se reduce en un eterno, buenas tardes. Noches blancas de grillos censurados, desiertos helados y pálido horizonte.
El hombre de la noche, no se levanta a la mañana, no existe tal cosa. Sin embargo, caprichosamente, dejan el diario en la puerta de su casa. Sobre el periódico la displicente rosa de túnica negra. La miró fijamente, trágico consuelo al blanco día, la advertencia había llegado. Cuando parecía que no había lugar donde esconderse, la noche llego. Alivio de luz, se escondió en la sombra eterna. Volvió a ser Benjamín, el “corcel de la noche”, paladín de hacha ensangrentada, parlamentista de sus leyes, domador de Lunas.
La nieve color púrpura y el hacha clavada en su cabeza, sobre su cuerpo mutilado a hachazos, reposaba la foto de la joven Verónica, y en su torso la rosa negra, por la ventana la impunidad del Sol que flechaba algunos rayos a través de la persiana.
Kantauri
Buen policial negro y como justicia poetica una rosa acompañando, me gusto mucho, besos
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