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jueves, 8 de enero de 2009

El fundador

Siempre se lo reconoció como un tipo raro. Daniel Almada, hijo de quien sabe que laburante y cual ama de casa, estudio hasta sexto grado para comenzar a trabajar de lechero. Unos años de Sulky, otros de busca, termino su infancia vendiendo pasteles caseros, y fijas en la puerta del hipódromo. Los panificados no serian su destino, aunque se puede decir que amaso una fortuna importante en los años 60 manejando la quiniela clandestina. El comisario debía detener, al menos, una persona al mes por levantar quiniela. Almada pagaba bastante bien por dejarse “engayolar” un par de días a alguno de sus ayudantes. Luego el negocio evoluciono, y abrió unos garitos (también clandestinos) en donde se prestaba plata. Como un atractivo más, al clandestino, pero popular garito, se le sumo una barra de bebidas y unas mujeres de alquiler. Estos lugares se fueron multiplicando y ganando en jerarquía, la historia cuenta que para su cumpleaños, Almada contrato la orquesta de Pugliese que toco para él y sus amigos durante toda la noche. El maestro simpatizo al instante con Almada por sus inclinaciones comunistas.


Pero a esto no viene el caso, la cuestión es que Almada comenzó viviendo en un caserón restaurado a nuevo, luego se mudo lejos de la ciudad con su mayordomo, para finalmente comprar, por algunos pesos, miles de hectáreas en la zona de Piedrabuena (Santa Cruz). El vendedor era el hijo de un conocido terrateniente de la zona, muy endeudado con Almada. Una tierra completamente desierta, salvo por algunos descendientes mapuches que rápidamente fueron quitados por orden de Almada.


Allí se llevo a cabo su utopía, (y la de muchos hombres) construyo un pueblo en el medio de la nada misma. Una escuela (de la que el no era director, pero supervisaba absolutamente todo) el hospital (el mejor de la zona, en ese entonces) y una granja inmensa, que contaba con una quinta e invernadero para asegurar las verduras y hortalizas necesarias para todo el año, crianza de animales no rentables para consumo propio y fundamentalmente ovejas para la esquila y posterior exportación de la lana. Lógicamente esto era toda la infraestructura, luego comenzó el reclutamiento de la gente. Se realizo, de acuerdo a los criterios del Sr. Almada, entrevistas personales y requisitos absurdos para la época, como lecturas específicas, simpatía política (detestaba profundamente cualquier acercamiento al Peronismo) debían ser adeptos a algún deporte (También inauguró, posteriormente, un campo de deportes) y llevar una vida sana, lejos de los vicios, la infidelidad y el desorden alimenticio. A cambio, ofrecía una gran paga mensual y exigía al menos 4 años de residencia en la nueva ciudad. Luego de algunos años, persuadió a varios adinerados a invertir en su utopía. Inclusive muchos intelectuales conocieron, fugazmente, la ciudad. El porcentaje de gente que abandonaba la ciudad era mínimo, realmente Almada se encargaba de garantizar una calidad de vida excepcional, los impuestos era muy bajos y los sueldos crecían al ritmo del precio de venta de los productos, mientras que cuando las cosas no andaban bien Almada aguantaba con su abultada billetera el destino de su capricho.


Almada se hizo viejo, y caso con su Silvia, su enfermera, con la que tuvo un hijo, Augusto. Este fue quien tuvo en sus manos los destinos de la ciudad. Las cosas se complicaron, Augusto comenzó a tener delirios de Cesar, castigaba físicamente a quien no lograba su objetivo, decidió cerrar la granja e importar los productos necesarios de un pueblo cercano, argumentando una reducción en los costos. Muchos quedaron sin trabajo y terminaron por abandonar la ciudad.


Augusto descanso sobre la hoja de un cuchillo, en un riña callejera, en el bar de la ciudad, según cuentan, por problemas de polleras. Almada termino de ciruja ahogando la depresión de la muerte de su esposa, hijo y utopía en ginebra barata. Caminado por lo que alguna fue la ciudad Modelo. Llamativamente, nadie se compadece con Almada, y el sigue caminando harapiento y triste.


La Yumba resuena en un bar de Río Gallegos, el maestro Pugliese se sienta en una mesa. Alrededor los músicos, Maciel pide un whisky, el cantinero le pide un pedacito de Nido Gaucho a capela, y un borracho trajeado de blanco se acerca con una rosa roja, se sienta al lado del maestro a discutir de política, era Almada.

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1 comentarios:

"Solo tengo dos certezas: la de la ansiedad de lo absoluto que hay en mi y la imposibilidad de volver el caos del mundo a un orden racional" Albert Camus

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