CHARLA CON CAROLINA

Tuve amigos entrañables en el periodismo o la literatura, junto a los cuales nutrí de a poco mi forma de encarar la escritura. De todos guardo grandes recuerdos porque fueron relaciones fuera de lo laboral. De mis etapas laborales hay gente (que hoy las veo hasta hacer obras de caridad que parecieran enaltecerlos) a quienes detesto. Hay una chica por ahí, (Louise Hay, la de la autoayuda) que dice que no hay que odiar porque el odio es de uno, y es uno el que odia y eso a uno mismo es al que le hace mal. Pero, calma, es por eso que tal vez no tome nunca represalias (como sacar un blog contando todo lo que sé sobre ellos, je).
Y aunque sé que una de las causas principales de mis enfrentamientos patronales ha sido siempre mi enfoque renovado de lo que yo pensaba como válido, muchas veces ellos mismos han sabido sacar el jugo –claro que para exclusivo provecho propio- de mis ideas o el producto de mis horas de tipeo en las fatigadas IBM de bolita (eso sí: con cinta correctora incluida, algo que me hacía creer que estaba en el futuro).
Toda esta introducción que pueden considerar alpédica es para reproducir parte de mis charlas con Carolina. Porque Caro –mi nieta- pasó a ser una de las pocas personas que me entiende. Más que lo pudieran hacer mis parejas, mis profesores, mis patrones y mis compañeros. Ah, y también mis lectores (no siempre me entienden del todo, lo sé).
El domingo fue el cumple de mi hijo (el padre de Caro) y aterrizamos con mi mujer en su casa. Fue una ida cómoda porque la bruja de su madre no pudo asistir porque estaba en uno de sus viajes sintomáticos a una aldea centroamericana que descubrió en uno de sus anteriores viajes exploratorios por la naturaleza latinoamericana.
Adoro a Caro: fue mi primera nieta, la más rebelde y la más indomable. La que no me perdona una. Me pesca en el aire cualquier cosa que digo y… bueno, salvo por el insufrible de su novio economista liberal, el resto de mi relación con ella es sensacional. Es decir: el domingo no sólo no estaba su abuela sino tampoco su novio. ¡Pero fue mejor que cien sesiones con mi viejo y emparchado analista!
- Juanca: ¿qué pensás que pasaría si quedara embarazada?
Esto fue dicho luego que me encerró en su habitación y declaró públicamente que no nos molestaran porque quería tener una charla a solas con su abuelo. Imaginen que si no me infarté fue puro milagro y una muestra nueva del estado top de mis coronarias, tal cual asegurara mi cardiólogo.
- Caro, caro, carito… -quería decir algo, pero imaginé que la habitación estaba llena de micrófonos conectados a la CNN. Imaginé al troglodita de mi hijo con la noticia y, como dicen que pasa el día de la muerte, toda mi historia pasó por delante de mis ojos en un segundo.
Hasta que ví cómo Caro se ponía violeta y se llevaba las dos manos a contenerse de la bruta risotada que le salió.
- ¡Te agarré, viejo boludo! ¡Te hacés el súper vanguardista, pero en el fondo sos igual a todos los otros! – la nena se reía como una loca.
Mi nieta me estaba demostrando tantas cosas juntas, que no me alcanzaría más espacio que el que ustedes, queridos lectores puedan tener la fineza de otorgarme con su lectura. Que mi esnobismo de siglos, del hacerme el superado y el que está en otra, aunque a veces sea cierto, de poco me sirve.
- ¡Como te quiero Carolina! Gracias por desestabilizarme. Pero ¿estás segura de que no estás embarazada?

Literatura Sociedad 21:50:00