Los Picaflores

Relatos del Delta

En la isla, los Domingos y en verano me levantaba con el bullicio de los pájaros. Cuando todavía está oscuro los mirlos comienzan a cantar a duo. No conozco otras aves que lo hagan. Intercalan las notas entre dos y es uno de los gorjeos más hermosos del mundo. Y ni bien amanece les siguen todos los demás; zorzales, calandrias, "bien te veos" y decenas de especies que no terminaría de enumerar... Mientras preparaba el mate me entretenía en escoger uno y seguir su trino, había que aguzar el oido para no perderlo. Recuerdo que disfrutaba mucho de aquel momento en soledad. Los chicos estaban en sus camas durmiendo, "a salvo", eso me daba una sensación de paz y tranquilidad que dificilmente podía conseguir en otro momento del día. Como no se trabajaba podían descansar hasta tarde. Aprovechaba ese lapso de tiempo para acondicionar la canoa isleña de cinco toneladas. Y desde alli intercambiaba los primeros diálogos del día con el Negro Da Silva, mi vecino de la otra orilla, que pese a estar a doscientos metros no necesitaba levantar la voz para ser oido. Todas las mañanas a eso de las diez, los colibries daban vueltas alrededor de la casa "limpiando" los mosquiteros. A esa hora me gustaba subir para poder verlos desde adentro y a unos pocos centímetros. Recorría la casa golpeando las puertas de los dormitorios, advirtiéndoles a los chicos que los "picaflores" estaban por llegar. Y entre ojitos remolonas , besos y "buenos días", la casa adquiría su aspecto rutinario. Los primeros en asearse tendían la mesa (solo un extremo por que era enorme) y el olor a tostadas llenaba el ambiente. De pronto alguno gritaba - ¡Ahí están! - Y corrían a los ventanales y apoyaban las narices en el tejido de los mosquiteros. Los colibríes tardaban bastante en recorrer aquel tramo. Sin dejar de aletear se detenían arriba y abajo mientras avanzaban de derecha a izquierda... Parecía que les besaban las caritas.

Literatura 23:04:00