De: Jorge Rosenberg, un amigo con quien compartí algunos de sus cuentos
Para los que fuimos "jóvenes estudiantes", el camino que nacía en el conocimiento, en los libros de la noche, pasando después por una tira dorada con papas fritas en la esquina de Islas, terminaba siempre en una dicha.
Siguiendo la premisa de que el sabor de la comida depende, no tanto de los ingredientes ni de los condimentos ni de la preparación, sino de la personalidad del que entrega el alimento, la tira de asado de Islas fue única en el tiempo aquel en que la servía Tucho Méndez.
Ubicado frente a la esquina de Gimnasia B.B.C., en la calle Garibaldi y Congreso, Islas reunía en noches interminables a compañeros y amigos. Cuando cerró sus puertas murieron con él los servicios de un mozo muy singular: Tucho Méndez, mozo y comensal que iba atendiendo las mesas dejando en cada una un vaso para él, así tomaba con todos los presentes. Si una pareja se colocaba en un rincón, Tucho traía tres vasos, entonces ya no eran dos, una tercera persona ocuparía el lugar del fantasma, de la tercera persona del deseo o simplemente de Tucho, el cartonazo de la cabeza color naranja, teñido con un preparado que le sacaba a la hermana. Era la hospitalidad santiagueña elevada hasta los grados límites.
Recuerdo su aspecto tan particular; zapatos mocasines tan gastados que parecían "chatitas", pelo color medio naranja peinado con Brancato o Ricibrill, pantalones "tiro corto" como Cantinflas pero de otro color.
"No me jodas", decía, "sino de un cabezazo te voy a voltear toda la mugre", como si la cara de uno fuera un guardabarros, como si el cuerpo de uno fuera una chapa herrumbrada que junta el barro del tiempo y de las veredas. Tucho hablaba con tonada porteña de arrabal, jugaba a ser porteño. Popularizó términos como "salame", "cartón", "cartonazo", "tigre", "profeta". Autor del tango "La Pucha Pucha" que dice así: "Las doce de la cheno, qué harán los chochamus, estarán en el feca, jugando al yarbí, o estarán colados, en un casamiento, qué solo me siento, la pucha pucha pucha".
(¿Cuánto ganas aquí Tucho?, 3.500 fuera de los descuidos...)
Algunos tirados a ilustrados solían decirle Tucho Menéndez y Pidal. Su espíritu siempre estaba alegre, su humor se cuenta como uno de los más hermosos de este siglo.
Cuando por primera y única vez en la vida Tony Curtis recaló por unas horas en Santiago del Estero para ir a filmar Taras Bulba en la provincia de Salta, allá por los 60, estaba desayunando en la Confitería Ideal, Tucho lo ve y se le acerca, le dice "qué hacés cartón", con una familiaridad que hizo temblar la taza del norte americano.
"Dejame que te haga una breve sinosis", solía decir haciéndose el difícil.
Qué cosa, aterrizar en la noche alta en Islas para rematar era como una consigna, una toma de maravillosa inconsciencia que nos juntaba con amigos.
Boliche de los Navascues, lugar fuerte que perdura en nuestra memoria. Tiras como alpargatas del ocho. Libros, mucha ternura, la risa de Tucho Méndez, el vino que sellaba de infinito los besos que habían quedado suspendidos en los labios casi hasta el amanecer.
Una carcajada, un vaso vacío, otra carcajada en un vaso vacío, y otra más, y otra más.
Eso es todo, una carcajada en un vaso vacío. La ausencia.
Siguiendo la premisa de que el sabor de la comida depende, no tanto de los ingredientes ni de los condimentos ni de la preparación, sino de la personalidad del que entrega el alimento, la tira de asado de Islas fue única en el tiempo aquel en que la servía Tucho Méndez.
Ubicado frente a la esquina de Gimnasia B.B.C., en la calle Garibaldi y Congreso, Islas reunía en noches interminables a compañeros y amigos. Cuando cerró sus puertas murieron con él los servicios de un mozo muy singular: Tucho Méndez, mozo y comensal que iba atendiendo las mesas dejando en cada una un vaso para él, así tomaba con todos los presentes. Si una pareja se colocaba en un rincón, Tucho traía tres vasos, entonces ya no eran dos, una tercera persona ocuparía el lugar del fantasma, de la tercera persona del deseo o simplemente de Tucho, el cartonazo de la cabeza color naranja, teñido con un preparado que le sacaba a la hermana. Era la hospitalidad santiagueña elevada hasta los grados límites.
Recuerdo su aspecto tan particular; zapatos mocasines tan gastados que parecían "chatitas", pelo color medio naranja peinado con Brancato o Ricibrill, pantalones "tiro corto" como Cantinflas pero de otro color.
"No me jodas", decía, "sino de un cabezazo te voy a voltear toda la mugre", como si la cara de uno fuera un guardabarros, como si el cuerpo de uno fuera una chapa herrumbrada que junta el barro del tiempo y de las veredas. Tucho hablaba con tonada porteña de arrabal, jugaba a ser porteño. Popularizó términos como "salame", "cartón", "cartonazo", "tigre", "profeta". Autor del tango "La Pucha Pucha" que dice así: "Las doce de la cheno, qué harán los chochamus, estarán en el feca, jugando al yarbí, o estarán colados, en un casamiento, qué solo me siento, la pucha pucha pucha".
(¿Cuánto ganas aquí Tucho?, 3.500 fuera de los descuidos...)
Algunos tirados a ilustrados solían decirle Tucho Menéndez y Pidal. Su espíritu siempre estaba alegre, su humor se cuenta como uno de los más hermosos de este siglo.
Cuando por primera y única vez en la vida Tony Curtis recaló por unas horas en Santiago del Estero para ir a filmar Taras Bulba en la provincia de Salta, allá por los 60, estaba desayunando en la Confitería Ideal, Tucho lo ve y se le acerca, le dice "qué hacés cartón", con una familiaridad que hizo temblar la taza del norte americano.
"Dejame que te haga una breve sinosis", solía decir haciéndose el difícil.
Qué cosa, aterrizar en la noche alta en Islas para rematar era como una consigna, una toma de maravillosa inconsciencia que nos juntaba con amigos.
Boliche de los Navascues, lugar fuerte que perdura en nuestra memoria. Tiras como alpargatas del ocho. Libros, mucha ternura, la risa de Tucho Méndez, el vino que sellaba de infinito los besos que habían quedado suspendidos en los labios casi hasta el amanecer.
Una carcajada, un vaso vacío, otra carcajada en un vaso vacío, y otra más, y otra más.
Eso es todo, una carcajada en un vaso vacío. La ausencia.
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"Solo tengo dos certezas: la de la ansiedad de lo absoluto que hay en mi y la imposibilidad de volver el caos del mundo a un orden racional" Albert Camus