De tiempos y almas

Lo leí con calma, degustando cada palabra (aún aquellas que me herían sin dejarme paso a descubrir el por qué), desde hacía ya veinte años su mirada era una enigma para mí, aquella que con el transcurrir del tiempo se había alojado en un subconsciente olvido.
Devenir extraño suele ser el destino que a desconocimiento de ambos volvió a cruzar nuestras miradas cuando casi terciaba el final del milenio, él continuaba tal cual lo conocí, con el sol en su cabello y el mismo cielo azul verdoso en sus ojos y la misma coraza que había despertado mi intriga tanto tiempo atrás.
Yo continuaba lejana y temerosa a intercambiar palabra, con mi fachada de antisocial y un mundo de timidez oculto muy dentro de mí, sin rizos ni cabello largo pero con un halo de luna blanquecino aún incipiente en mis sienes.
Delgada, con su piel de atardecer y una ternura inocultable, así llegó frente a él, fue el nexo que nos llevó a reconocernos, explorarnos y descubrir cuanto aprendimos el uno del otro.
... y las palabras que nunca nos dijimos antes afloraron trasmutando el pasado, compartiendo risas y juegos surgieron afinidades que ambos ignorábamos dejando paso a la desnudez de nuestras almas.
A veces el reloj despereza su recorrido creando días sin tiempo, desconcertándonos con el desencuentro, sembrando un raro acompasar de lejanía.
“Algunos de los que me leen piensan que soy un hombre raro, escéptico, pequeño dios”.
Me quedo observando ausente esas pocas palabras mientras un interrogante se desgaja iracundo... ¿acaso sabrá lo que pienso de él, cómo lo veo o siento?.
No, estimo que no.
Deslizo un roce cual una caricia dirigida a su alma, el eco inaudible de mis pensamientos se transforma en susurro acuñando cuanto no le he confesado...
Soy una mujer común ocultando mis particularidades, porto cédula de amistad, fumo, bebo de cuando en vez, amo de mil maneras y hasta sin tener a quien amar, lloro a ocultas de los otros y nada me importa la belleza exterior si al abrazar una silueta atisbo su fealdad interior.
Quizá algún día me atreva a decirle que no pienso en él como un pequeño Dios sino como un hombre que esconde mil pequeños, como un pequeño con cuerpo de hombre bebedor de café, con su perfil de esfinge donde rondan las alianzas del silencio y la soledad, tal vez como resultas de un descarnado y antiguo desamor.
Temo decirle que ese silencio que ambos amamos y odiamos por momentos, o aquella misma soledad que buscamos pero a veces nos agobia me une a él, cuánto me implica confesarle mis miedos o esa sana necesidad de buscarlo para tomarle la mano y devanar bajo la tenue penumbra de un cielo triste, en un lenguaje inaudible de complicidad la revancha de nuestros respectivos ayeres, temo... siempre temo que no logre interpretar mis palabras y se aleje más aún imaginando que intento encarcelar su corazón, sus sentimientos, sus tiempos.
Me pierdo en un punto infinito desde el cual baja la misma resignación de mis cuarenta y tantos años para responderme – no importa, me he acostumbrado ya a tantas cosas, habré de repetirme que no me hiere ya si confunden mi cariño, ya pasara, lo sé – y vuelvo a mí intentando convencerme que todo se me pasa.
No tomo prozac sino algo mas fuerte y aún así no duermo, no hay diferencia en eso, toso y tengo algo de mujer dura que nada tiene que ver conmigo en realidad, pero eso... eso no habré de decírselo.

anhir, Agosto de 2002

Literatura 11:47:00