Navegando por internet encontré este manifiesto con una certera y atroz crítica acerca de esta nueva manera facilista que están buscando muchos Estados del mundo (incluyendo Argentina) para "supuestamente" combatir la trata de personas en su variante de esclavitud sexual, que es criminalizando a los clientes. Lo copio y enlazo porque comparto en un 100% cada una de sus palabras sobre el tema al que hace referencia.
El blog es de Melisa Stella Saagratta (autora de esta excelente entrada) y su blog es: http://hijasdeputa.wordpress.com/ .
LA PROSTITUCIÓN Y EL PROHIBICIONISMO “ENCUBIERTO”
Es difícil debatir con quienes lanzan perdigonadas de palabras para eludir el tema central en debate: ¿tienen derecho las personas adultas a cobrar y pagar por sexo?
No hablamos de esclavitud, ni de “trata” (eso está penado por las leyes desde hace siglos). Tampoco hablamos de la explotación sexual de menores (para la cual reclamamos un incremento de las penas). Hablamos del derecho de personas adultas a decidir libremente sobre sus cuerpos, sobre sus deseos, y sobre sus bolsillos.
Pero a las “abolicionistas” no les interesa ese debate. No quieren hablar del derecho a decidir cómo ganarte la vida, ni del derecho a elegir bajo qué términos tenemos sexo con otras personas. Pero de eso se trata, ni más, ni menos.
Convertidas en “tutoras morales”, nos niegan el derecho a decidir por nosotras mismas. Nos convierten en “víctimas”, en incapaces jurídicas, remedando los peores tiempos del tan mentado patriarcado, donde la mayoría de las mujeres no podían disponer libremente de sus bienes, ni de sus cuerpos. Y entre las pocas excepciones (para su mayor disgusto) estábamos nosotras, las putas.
En un artículo de Roxana Sandá, publicado recientemente en el Suplemento las 12 (del Diario Página 12, del 4 de octubre de 2013), titulado “El deseo y la lucha”, entre otras muchas vaguedades y llamados a la sensiblería, se utilizan palabras como “prostituyente”, “situación de prostitución”, “violación”, “sistema prostituyente”, “explotación sexual”, “Patriarcado”…
Hablan del “prostituyente”, confundiendo a personas necesitadas de contacto humano (nuestros clientes), con delincuentes y violadores. En algunas de las llamadas “abolicionistas” su odio al hombre (misandria) es tan profundo y enceguecedor que lo confunden con una lucha tan digna como la igualdad que perseguía (y aún persigue) el feminismo más sincero y menos contaminado por otras luchas y otras ideologías.
Nosotras somos Feministas. A no equivocarse. Las prostitutas nos rebelamos desde los tiempos más primitivos contra los mandatos que nos condenaban a ser sumisas y obedientes, a tener un solo hombre, a no poseer más bienes que los que administraba a su antojo el marido que el padre elegía para sus hijas. Siempre fuimos dueñas de nosotras mismas. Por supuesto, también existieron esclavas forzadas a “servir” sexualmente en beneficio de otros, pero la vida de las otras mujeres no eran mejores en esos tiempos donde morir dando a luz era la moneda más corriente.
“… Pasemos por alto el Concilio de Flándes, convocado en el siglo VIII, en donde se intentó discutir si la mujer tenía ó no tenía alma. Pasemos por alto la carta de Patrik, la cuarta, en que afirma con toda seriedad que la mujer debe ser mirada como simple esclava del hombre, … Hagamos caso omiso de la turbulencia de las cruzadas, en que más de una religiosa abandonó el silencio del claustro por el bullicio de los campamentos. No nos acordemos, si esto es posible, de aquellas mujeres que llevaban el pelo largo, para que sus maridos hicieran presa en él, teniendo el derecho de maltratarlas, como más les plugiese, toda vez que no resultasen mutiladas ó muertas… Olvidemos por un momento aquella barbarie en que la mujer libre, tenida en concepto de pecadora, era afligida según el antojo de sus parientes, como se acostumbraba en Luca, o quemada viva, como acontecía en otras partes. Olvidemos tambien aquellos estatutos de Burdeos (bajo Luis el Pendenciero), los cuales ordenaban: “que si el marido mataba á su mujer en un momento de dolor ó en un arrebato de cólera, quedase á salvo de toda pena, siempre que confesara bajo juramento hallarse arrepentido.” No hagamos mencion de aquella niña sierva, la cual, al cumplir 12 años… podía ser casada según la voluntad del padre, del señor ó del rey; de tal suerte, que todos disponían de la virginidad de aquella criatura, ménos la vírgen. Dejemos á un lado estas locuras de aquella época y digamos algo sobre una locura mayor, el famoso derecho de pernada, el cual no es desgraciadamente una calumnia de la historia.
… Este derecho, que también se llamó primicias, imponía al siervo recién desposado la imprescindible obligación de presentar á la deposada en el castillo, para que su señor le hiciera el obsequio de quedarse con ella y solazarse hasta el día siguiente…
El derecho de pernada, inherente á las regalías del señorío, se practicaba, tanto por los seglares como por los clérigos… Así vemos que Juan de Borgoña, obispo de Cambray, oficiaba pontificialmente, servido por treinta y seis bastardos suyos…
… Este derecho ignominioso… fue abolido por Fernando V el Católico, en virtud de sentencia arbitral, pronunciada en Guadalupe, á 21 de abril de 1486…” (Primer Diccionario General Etimológico de la Lengua Española, por D. Roque Bárcia, Tomo IV, Madrid, 1882. Pág. 442).
Causa cierta extrañeza que se diga que en las “Cuartas Jornadas Nacionales Abolicionistas sobre prostitución y trata de mujeres y niñas/os en La Pampa, sus participantes debatirán que la experimentación sexual plena y libre no puede convivir en forma pacífica con el sistema prostituyente dominante de un país”, cuando, precisamente, la falta de “la experimentación sexual plena y libre” es la principal causa de la existencia de las trabajadoras sexuales. O sea, digámoslo sin más eufemismos, si no quieren más putas, cojan más!… Si sus novios, maridos, hermanos, primos, padres, abuelos, parejas, simpatizantes y conocidos pagan por tener sexo con nosotras, es porque sus “apetitos sexuales” (sus necesidades de contacto físico y humano más íntimos) no encuentran en el mercado del sexo gratuito la suficiente oferta disponible, o porque la calidad de esa oferta no les resulta apetecible. Si he utilizado tan descarnadamente las reglas del mercado, es porque, nos guste o no, existen. Y la demanda masculina supera ampliamente la oferta femenina, y así ha sido desde siempre. Hay mujeres que hablan mucho de liberación, pero la practican muy poco. En materia de sexo, la liberación de las mujeres todavía está en pañales!
Hablan de un “sistema prostituyente” para referirse a la compra-venta de servicios sexuales, olvidándose que la prostitución existe desde los albores mismos de la humanidad, y que, por lo tanto, es pre-existente al sistema capitalista y a cualquier otro sistema político vigente en nuestros días. ¿De qué “sistema” hablan? El capitalismo es prostituyente por naturaleza y nos obliga a todxs a vender nuestra fuerza de trabajo (nuestro tiempo vital), y nuestros cuerpos (todos los cuerpos) son enajenados para obtener el sustento de cada día y consumir los productos y servicios que hacen que el sistema funcione y se perpetúe. En eso no somos diferentes al resto de los mortales. Tenemos que trabajar y ganarnos el pan como cualquier integrante de la clase trabajadora, porque somos parte de la clase trabajadora!
Dicen que el cliente “paga por ejercer una sexualidad sometedora, que prescinde, porque manda, del consentimiento de quien le “presta el servicio”. Y me quedo pensando en eso de “sexualidad sometedora”, será que les molesta las más típicas posiciones coitales, con el hombre arriba (postura del misionero), o la históricamente más extendida que vulgarmente se conoce como posición del “perrito”. ¿Será que piensan que la única sexualidad “no sometedora” es la que tiene a las mujeres como dóminas, sentadas sobre el hombre, imponiéndoles su propio ritmo?. Sin pasar por alto esta disgresión, ¿no es ridículo que en los tiempos que corren y de tanta supuesta liberación, haya personas que continúen poniendo el “honor” (la “dignidad”) de una mujer en sus genitales?. ¿Qué tendrá que ver la paga con la falta de consentimiento? A nosotras nos pagan por un servicio y consentimos en brindarlo, nadie nos obliga. Es un acuerdo entre partes. Entre personas adultas y libres. Nadie hace conmigo lo que yo no quiero que haga. La inmensa mayoría de los clientes respeta estas reglas y estos acuerdos, y lo hace en mucha mayor proporción que nuestros amantes circunstanciales, o nuestras antiguas parejas. Muchas solemos recibir mejor trato de los hombres que nos pagan por sexo, que de aquellos con los que hemos tenido sexo gratis. La violencia contra las mujeres es un problema de todas. Quienes más nos atacan, quienes ponen en riesgo nuestras vidas, no son nuestros clientes, sino los defensores de la “moral pública”, de las “buenas costumbres”, que al igual que las abolicionistas, no nos quieren en las calles, ni en sus barrios, ni cerca de sus casas. Lo ocurrido en Mendoza (durante los años 70), con el Comando Pío XII (que en nombre de la “moral cristiana” asesinaba a prostitutas), es un ejemplo esclarecedor, y no es el único.
No andemos con vueltas, argumentan que “se intenta confundir abolicionismo con prohibicionismo”, lo cual no es cierto, pero creo que lxs “abolicionistas” sí están confundiendo las cosas. Penalizar al cliente es una forma de prohibición. No se condena, no se persigue, lo que no está prohibido! Como no se atreven a enfrentarse directamente con nosotras, y decir claramente que quieren prohibir la prostitución, recurren al artilugio de convertir en delincuentes a nuestros clientes! Es como si el vegetarianismo nos impusiera su agenda por la fuerza de la ley y nos dijeran que desde ahora se puede vender carne, pero al que la compra, “marche preso”!!!… Pero eso si, prohibido no está!!!… El “abolicionismo” de hoy es prohibicionismo encubierto!!!.
Y por supuesto que estas pseudo-feministas quieren ejercer sobre nosotras un “tutelaje político y moral”. No llegan al extremo de la Ordenanza del 16 de marzo de 1687 que disponía cortar las orejas a las prostitutas de Versalles, tampoco nos quieren muertas, ni quemarnos en las hogueras, ni aplicarnos la pena de decalvación (que consistía en “desollar la frente y parte de la cabeza con un hierro hecho ascua”), ni darnos “trescientos azotes”, ni entregarnos por “esclava á algun mezquino (miserable)”, ni imponernos un “destierro perpetuo del pueblo”. Se conforman con silenciarnos, con desprestigiarnos, con escondernos donde nadie nos vea, con descalificar a nuestras organizaciones, a nuestras dirigentes, a quienes nos respaldan, y por sobre todo, por “escrachar” a nuestros clientes, por meterles miedo, por herir su autoestima, por maltratarlos moralmente, por convertirlos en una nueva clase de delincuentes. Quieren imponer un nuevo tipo de terrorismo, el terrorismo de la policía del sexo. Y ellas serán nuestras “guardianas”!!!…
La política de humillar, de “escrachar” y perseguir a los clientes no es nueva, y tiene un interesante antecedente en tiempos de “San” Luis (rey de Francia, Siglo XIV), quien en un principio ordenó “exterminar a las prostitutas, así en la ciudad como en despoblado”, es decir, a todas las que no se encontraran en los burdeles. Cuando cierto “Caballero” fue hallado en un burdel, se le puso el siguiente castigo como ejemplo y escarmiento: “La ramera, con quien se le halló en el lupanar, debía conducirle ante el ejército, en camisa, llevando una cuerda atada á los testículos, especificándose que un extremo de dicha cuerda, estaría en manos de la prostituta.” (Primer Diccionario General Etimológico de la Lengua Española, por D. Roque Bárcia, Tomo IV, Madrid, 1882, Pág. 460). Hoy no se atreverían a tanto, se conforman con sacarles fotos y “escracharlos” en la web, o con ponerles multas y condenarlos a la humillación de la cárcel (o a la amenaza de ella). Lo importante es disuadirlos por el terror, por el miedo al escarnio público, a ser considerados moralmente inferiores, a perder a sus esposas, a poner en riesgo sus familias, a quedarse sin trabajo. Un nuevo terrorismo de género parece emerger entre las cenizas de las buenas intenciones. Con la excusa de combatir el “patriarcado” aumentaremos el número de sus víctimas!!!… Una sociedad más justa e igualitaria no se construye sobre la base del terror y la persecusión policial.
Las abolicionistas hablan de “violación” con demasiada ligereza. Las prostitutas no somos “violadas”, nosotras tenemos sexo consentido, y ninguna prostituta profesional se siente vejada por mantener relaciones íntimas con un cliente. Quienes no disfrutan de su trabajo suelen cambiar de oficio rápidamente, aunque algunas podemos resignar algo de placer a cambio de una tarifa compensatoria. Muchas veces su falta de experiencias diversas (o sus gustos personales) les hacen ver como humillantes, o excesivas, ciertas prácticas sexuales. Es así que se escandalizan porque una trabajadora del sexo atiende a varios clientes en una noche, o porque lo hace con varios en forma simultánea. Es evidente que desconocen que existen otros mundos en materia de sexo, y que sus acotadas experiencias no reflejan esos universos paralelos en los que una mujer tiene sexo con más de 10, 20, o 30 hombres en una noche (llamados “Gangbang”), o la práctica de tríos muy común en el ambiente “Swinger”. Yo he llegado a tener sexo con más de 50 hombres en una noche y les puedo asegurar que me resultó una experiencia sumamente placentera!!!…
Nosotras también deseamos que no haya “Ni una mujer más víctima de las redes de prostitución”, y por eso consideramos tan importante nuestra sindicalización y nuestro reconocimiento como trabajadoras sexuales. También, por ese motivo, es importante la protección legal a nuestros clientes. ¿Si los hombres van a ser penados por pagar por sexo, si se los amenaza con la cárcel y el escrache, se van a atrever a denunciar cuando presientan (o descubran) una víctima de “trata”? ¿Quién mejor que los clientes y nosotras para descubrir a quienes se encuentran contra su voluntad en esos ambientes tan ajenos a la “moral” de las “buenas familias”? El control sindical, un Estado que nos proteja de los abusos y respete nuestros derechos como trabajadoras será, sin ninguna duda, la mejor herramienta para combatir la “trata” y la explotación sexual. No será clandestinizándonos, sometiéndonos a las redes mafiosas, ni al proxenetismo organizado, ni a la policía coimera, ni a los jueces y políticos corruptos, como se combatirá eficazmente la trata para explotación sexual. Tampoco se logrará ese objetivo cerrando nuestros lugares de trabajo (whiskerías, cabarets, pubs).
Las trabajadoras sexuales empoderadas de sus derechos somos la mejor barrera contra la trata y las que más podemos colaborar en el rescate de sus verdaderas víctimas. Y digo “verdaderas víctimas” porque hasta ahora, con cientos de procedimientos en todo el país, el rescate de las víctimas de “trata” brilla por su ausencia. Se han encontrado realmente muy pocos casos de mujeres adultas forzadas contra su voluntad a tener sexo con quienes no lo desean. Y las menores rescatadas son muy pocas. Lo que hay es mucho “marketing”, mucho procedimiento, mucho ruido, mucho “escrache” y “apriete” a las trabajadoras del sexo, que por ser tan estigmatizadas (y por temor al repudio social) suelen mostrarse como víctimas aunque estén en el lugar por propia decisión y voluntad. Es el “estigma” lo que nos convierte en víctimas, no el trabajo sexual en sí mismo; por eso pedimos, exigimos: Respeto y Derechos para las Trabajadoras del Sexo!!!…
D’Angelo dice que “el abolicionismo es la postura que pretende un mundo sin prostitución, pero no como resultado de la represión de las personas en esa situación, sino de un sistema de inclusión, de cambio cultural, de restitución de derechos y de prevención para que no tengan que optar nunca más por la prostitución…” Y la pregunta es, ¿por qué?, ¿por qué es deseable un mundo sin prostitución?, ¿por qué no se puede optar por la prostitución como trabajo?, ¿qué tiene de malo ser prostituta? Y la respuesta que las abolicionistas tienen que “armar” desnuda sus prejuicios de clase, sus creencias religiosas, su moralina burguesa, su machismo internalizado, y su misandria apenas disimulada (por supuesto, el “cóctel” puede tener distintas combinaciones, pero esos son sus componentes principales).
Hablan de “pulverizar al sujeto social” quienes más niegan nuestros derechos, quienes más nos invisibilizan, quienes más nos silencian… Hablan en nuestro nombre, de nuestro trabajo, de nuestra “situación”, pero no nos escuchan, nos desconocen como sujetas de derecho, bloquean nuestras iniciativas para mejorar nuestras condiciones de vida, y las de nuestras familias, y refuerzan el “estigma” que nos condena socialmente. Recibimos más respeto de nuestros clientes que de esas “feministas” de la Academia que nos ningunean como trabajadoras y como personas, que nos cercan cada día más, perjudicando nuestras condiciones de trabajo, condenándonos a una mayor marginalidad y a situaciones de mayor pobreza y exclusión. Les molestamos las putas, pero no las domésticas que lavan su ropa sucia. ¿De qué sistema de inclusión hablan? ¿Qué tipo de trabajo alternativo nos ofrecen? ¿El de mucama?, ¿ó quizás de cocinera, o trabajadora de limpieza, o de cajera en algún supermercado chino?, ¿ó quizás prefieran que limpiemos culos en algún geriátrico?. A veces me pregunto si saben de qué hablan cuando ofrecen lo que no pueden cumplir, eso que la realidad parece esconder a sus ojos “liberadores”.
El trabajo sexual no es fácil de ser reemplazado (más allá de la cuestión de si en realidad debe ser “eliminado”). Los trabajos alternativos suelen no ser atractivos ni están mejor remunerados. Si no fuera por la marginalidad que las políticas abolicionistas van ampliando en nuestra esfera laboral, nuestra situación podría mejorar día a día. Nuestro trabajo no es un mal trabajo y a la mayoría de las trabajadoras sexuales nos gusta (aunque no sea “políticamente correcto” decirlo). Nos suele permitir una gran flexibilidad horaria y mucha libertad de decisión. Eso de “situación de prostitución” es aplicable a muy pocas de nosotras, ya que todas estamos en libertad de abandonar la profesión en el momento que lo consideremos conveniente, y esa llamada “situación” sólo es aplicable a personas en extrema vulnerabilidad (situación de calle, expulsión del hogar, familiar enfermo) e implica una transitoriedad en el “oficio” qué solo durará hasta que se supere la cuestión que la provocó, o se encuentre una salida laboral alternativa que no resulte egodistónica, es decir, que no entre en contradicción con sus sentimientos morales y su propia autoestima.
La situación de travestis y transexuales es un tema aparte. Defender los derechos de las prostitutas no me resulta contradictorio con la defensa del colectivo travesti-transexual condenado históricamente a la prostitución como último recurso para ganarse la vida, luego de su frecuente expulsión del ámbito familiar, la escuela y los trabajos formales. La prostitución de las personas “trans” tiene características específicas y no todas son asimilables a las de las mujeres “cis” (cis, coincidencia entre la identidad y el sexo-género asignado al nacer). Las travestis se encuentran en situaciones de extrema vulnerabilidad y la mayoría suele quedar realmente en “situación de prostitución” a muy corta edad, y la alternativa no suele ser el trabajo doméstico, ni las labores de limpieza, ya que por prejuicios sociales no calificamos ni para los más bajos en la escala laboral (por peor pagos que estos sean). Las alternativas suelen ser: prostitución, hambre, o cárcel. Por eso comprendo la posiciones “abolicionistas” de Lohana Berkins, de Diana Sacayán, y de Marlene Wayar , aunque, claramente, no las comparto.
La prostitución travesti-transexual debe ser defendida, y debe serlo, precisamente, por ser el último refugio, la última frontera, que separa la vida de la muerte, el pan, del estómago vacío. A muchísimas chicas travestis-transexuales no les gusta el trabajo sexual, no les gusta ser prostitutas, y está muy bien que así sea. El problema es que están en una auténtica “situación de prostitución” y sin ayuda del Estado, sin políticas públicas destinadas a mejorar la vida del colectivo, la salida de esa situación es muy compleja y difícil. Pero no es combatiendo a los “clientes”, no es escrachándolos, ni persiguiéndolos penalmente como mejorará la calidad de vida del sector. Todo lo contrario. “Secar” la única fuente de ingresos mediante la persecusión policial de los clientes, es profundizar aún más la situación de vulnerabilidad. Crear falsas expectativas de una rápida salida laboral “decente” (y bien remunerada) y a su vez, profundizar el “estigma” (reforzado por la situación de “trans”) puede ser, además de muy frustrante, un camino plagado de conflictos y malos entendidos.
Fortalecer el poder policial para reprimir la sexualidad de las personas y los intercambios de sexo por dinero, va en contra de todas las luchas que el colectivo travesti-transexual ha venido realizando a lo largo de tantos años. Apoyar las políticas abolicionistas (que claramente perjudican a nuestro colectivo) es un búmerang que tarde o temprano afectará las relaciones entre la comunidad trans y muchas de sus dirigentes históricas. Defender el derecho a la inclusión, a la igualdad de oportunidades, a una política de reparación compensatoria, no debe tener como moneda de cambio el desprecio por las trabajadoras del sexo, el fortalecimiento del estigma que nos condena, ni la renuncia a las calles de las que (con tanto dolor y luchas), nos apropiamos, no sólo como lugar de trabajo, sino también como un espacio de encuentro y socialización.
Lohana Berkins se preocupa porque las posturas reglamentaristas “vuelven a entregarle al Estado el control de los cuerpos con una mirada higienista que nos hace retroceder trescientos años”, pero, vaya contradicción, apoya una política que vuelve a entregarle al Estado el control de los cuerpos con una mirada “moralista” que nos hace retroceder mil años!!!… ¿Le entregaremos nuevamente a la policía corrupta el control de la moral pública con la excusa de defendernos de la demanda de sexo de nuestros “clientes”?. ¿Los convertiremos en nuestros enemigos? ¿Los denunciaremos por ofrecernos dinero por sexo? ¿Abandonaremos las calles y las whiskerías porque no queremos ser “objetos de deseo”? ¿O terminaremos “transando” con la cana para que nos vuelva a dejar tranquilas a cambio de algunos “favores” y algunos pesos, como hicimos años atrás, y como todavía se hace en algunos lugares? ¿Le devolveremos la “caja” perdida a esa policía corrupta y maltratadora? ¿O nos sumaremos a la nueva línea del negocio, el chantaje a los clientes (reales o “forzados”)?… ¿Volveremos al Estado represivo del que tanto nos costó salir y al que tanto combatimos en otros tiempos?… ¿Y lo haremos en nombre de qué?, ¿del “anti-patriarcado”?
Volviendo al tema común, resulta paradójico que quienes nunca ejercieron la prostitución y algunas ex prostitutas hagan causa común contra nosotras. Unas no saben bien de qué hablan, otras, como las separadas, hablan mal del ex marido después de largos años de matrimonio y de feliz convivencia. Como mujeres despechadas por el abandono, no dejan de hablar “pestes” de quien hasta hace poco tiempo era “la luz de sus ojos”. El estigma les pesa tanto a estas últimas que necesitan “victimizarse” para no reconocer que, cuando fueron putas, lo fueron (cuando pudieron elegir) por decisión propia. Cuando una ex prostituta cuenta que “A muchas que me dicen ‘soy trabajadora sexual’, les pregunto si cuando van al colegio de sus hijos o a hacer un trámite informan que son trabajadoras sexuales.Terminan confesando que no, que nadie tiene que enterarse.” Lo que está haciendo es reforzar el propio “estigma”, internalizarlo, hacerlo carne y escupírselo a otra trabajadora, a otra mujer que se gana la vida honestamente. Pero claro, la memoria es frágil. Si años atrás se le preguntaba a una mujer soltera si era “virgen” ella hubiera dicho que sí (aunque no fuera cierto), porque la condena social era muy fuerte para quienes tenían relaciones sexuales pre-matrimoniales. Tampoco las mujeres cuentan sus adulterios, ni sus abortos. El estigma también pesaba sobre los hijos “naturales” y era de extrema violencia “informar” que ese hijo no era “legítimo” (algo evidente por el apellido), pero claro, esos “estigmas” ya pasaron de moda. Hoy una mujer puede tener sexo con cualquiera y no tener el estigma de “Puta”, que la condenaba a la eterna soltería y al mayor de los desprecios (en tiempos no tan lejanos). Tampoco ser divorciada (separada, abandonada) es un estigma en este siglo, pero sí lo fue hasta gran parte del Siglo XX. Muchos estigmas fueron cayendo en desuso, fueron superados. El “puto” de hoy, no es el mismo “Puto” de hace 30 años, y ni hablar de algunos años más atrás. Pero el estigma que rodea a las prostitutas continúa, y es reforzado por las propias mujeres que se han liberado de tantos otros prejuicios, porque una cosa es ser “puta”, y otra muy distinta Prostituta (trabajadora sexual). El tipo de “chicana” que utiliza Margarita Peralta es coherente con sus “principios morales”. Ella siente culpa por haber sido prostituta y reniega de ese pasado “pecaminoso” que la avergüenza, y está bien que así sea, lo malo es que cree que un mal trabajo (para ella) no es un buen trabajo para otras, y se atribuye (como todas las abolicionistas) el derecho a decidir por nosotras.
“Y quién defiende a las mujeres golpeadas, torturadas”, se pregunta Margarita Peralta; y se me ocurre que le podría preguntar al padre de Wanda Tadei (asesinada por su marido), o a tantas otras mujeres víctimas de la violencia de género. ¿O hace falta ser prostituta para sufrir violencia de género? Yo creo que no! Cualquier mujer (cis o trans) puede ser víctima en cualquier momento. He conocido muchos casos de chicas que no trabajaban en prostitución que sufrieron gravísimos hechos de violencia con sus circunstanciales (y no tanto) compañeros de cama. No hace falta ser trans (ni prostituta) para sufir una agresión en Laferrere. La violencia está en todas partes. Todo trabajo tiene sus riesgos. Más de un colectivero perdió sus dedos y hasta la vida cumpliendo su tarea cotidiana. Ni hablemos de los “agentes del orden”. Las personas que trabajan en la construcción no suelen sufrir tantos actos de violencia en sus trabajos, pero los accidentes y las muertes no reparan en esa “carencia”. Las prostitutas conocemos los riesgos y los asumimos a conciencia, pero no es precarizando nuestras condiciones laborales empujándonos a una mayor oscuridad, a una marginalidad más expuesta, y a un mayor chantaje policial, como esas condiciones mejorarán sustancialmente. Necesitamos derechos, necesitamos respeto, necesitamos visibilizarnos.
Yo no vendo mi cuerpo. Yo no lo alquilo. Mi cuerpo no es una “mercancía”. No vendo mis dedos, ni mis manos, ni mis brazos, ni mis piernas, yo presto un “servicio”. Lo que ponemos al alcance de nuestros clientes se llama “tiempo”, “cercanía”, “contacto físico”. ¿Por qué tanta preocupación por lo que hacemos con nuestros genitales? ¿Qué es lo que hace que nuestro trabajo sea diferente al de un masajista profesional clásico? Es cierto que ninguna mujer nace para puta, pero tampoco ninguna mujer nace para empleada doméstica, abogada, cantante, o maestra. Cada quién elegirá (en la medida de sus posibilidades) entre las distintas alternativas que la vida ponga en su camino. A mi me hubiera gustado ser astronauta, a Lohana, Presidenta. Pero no siempre se puede ser lo que se quiere, pero aún así, es importante querer lo que hacés. O por lo menos, disfrutar de tu trabajo lo más que puedas. ¿Por qué está mal que algunas elijamos el sexo como un área de trabajo?
Desde tiempos muy remotos las prostitutas nos empoderamos de nuestros cuerpos y los comenzamos a usar en beneficio propio. Descubrimos la fuerza del deseo masculino y la forma de utilizarlo en nuestro provecho. ¿Y ahora nos dicen que somos funcionales al ”Patriarcado”? Yo creo que somos funcionales a nuestros propios intereses!!!… ¿También van a borrar toda la literatura universal porque refuerza los roles de género tradicionales? ¿Y eliminarán toda la filmografía que no se ajuste a sus miradas “anti-patriarcales”???…
Los hombres nos “usan” como objetos (casi como muñecas inflables) dicen las abolicionistas, ¿pero es tan así?. Yo creo que no!!!… La mayoría de los clientes nos tratan muy bien y con mucho respeto. ¿Quién “usa” a quién? Nos relacionamos con personas, como personas. No somos “cosas”. No todos los hombres saben hablar. No todos los hombres son lindos. No todos son simpáticos, ni agradables, ni visten bien. No todos son jóvenes, ni tienen buen dinero. ¿No tienen también derecho a disfrutar la belleza de un cuerpo femenino, el derecho al placer sexual? ¿Y si no me disgusta, por qué no puedo dárselo yo, o cualquier otra prostituta? ¿Es un mal hombre por desear estar con una mujer, por desear tener intimidad, por tener ganas de coger? ¿Pagar por sexo lo convierte en un delincuente? ¡No seamos ridículas!
D’Angelo afirma que “la prostitución es consecuencia de la desigualdad de géneros” y yo no estoy tan de acuerdo con eso, o por lo menos, con la lectura que hacen las abolicionistas sobre esa “desigualdad”. En los tiempos que corren, con muchas mujeres ascendiendo socialmente, tomando el control de empresas, fortunas, y mayores ingresos, la posibilidad de un incremento del consumo de prostitución masculina por parte de esas mujeres sería una consecuencia “natural” de los avances en la igualdad de géneros. Sin embargo, con tantas profesionales, con tantas mujeres económicamente independientes, el consumo de prostitución masculina por parte de ellas no ha sido muy significativa, y nada indica que lo sea en el futuro cercano. ¿Y por qué es así? Pues, por varias causas, entre ellas, que sus deseos sexuales pueden no ser tan intensos, o simplemente, porque la “oferta” de amantes masculinos es muy abundante. La asimetricidad entre el deseo femenino y el masculino, es decir, la diferencia entre la “oferta” sexual femenina y la “demanda” sexual masculina, no deja lugar a ninguna duda: las prostitutas ocupamos un lugar necesario y socialmente útil. Y ése es nuestro trabajo: Somos trabajadoras sexuales. Ni sumisas, ni devotas, Prostitutas!
Nos quieren fuera de las calles, “adaptadas” a su moral cuasi religiosa, nos quieren en sus casas trabajando como domésticas, limpiando sus casas burguesas, o limpiándoles el culo a sus enfermos o a sus viejos. No nos quieren en las calles, nos quieren esclavas de sus prejuicios, asalariadas y dependientes de sus caprichos, sumisas empleadas lameculos, limpiadoras de sus basuras, y de sus baños salpicados de mierda con perfume bien pensante. Pero las calles son nuestras, la noche nos pertenece, y no renunciaremos sin luchar!!!…
En su libro “Sexualidades”(FCE, 2013), Silvia Di Signi deja muy en claro el mecanismo de la manipulación discursiva para asociar al inconciente de las “personas de bien” situaciones, características, o hechos, con muy poca (o ninguna) relación entre sí, con el objetivo de desalentar y combatir conductas o actitudes que se consideren “dañinas” para quienes controlan la moral socialmente dominante. Tal ha sido el caso de la homosexualidad, asociada durante años con la pedofilia y otras “perversiones”, el de la masturbación, asociada durante siglos con la debilidad mental y de carácter (entre otros muchos “vicios” y “desviaciones”), por citar dos casos muy cercanos y con cierto parentezco. La prostitución (siguiendo esa misma lógica y ese mismo “mecanismo descalificante”) ha sido asociada con muy mala fe (porque es una asociación absolutamente interesada y maliciosa) con los vicios de la noche, la violencia, la “trata” de mujeres, las drogas, las violaciones, el secuestro de niños y niñas, la desaparición de mujeres jóvenes, la extrema pobreza, la vulnerabilidad de la mujer, la falta de valores humanos y la pedofilia (entre otros numerosos aportes colectores de estigmatizaciones y repudio social). Y ahora las “feministas” nos agregan el de “cómplices” del Patriarcado.
Está claro que cuando no existen argumentos sólidos para discutir el eje central del “síntoma”, cuestionan su “periferia”, ya que se constituye en el único mecanismo invalidante para neutralizar (disuadir y combatir) conductas consideradas socialmente inaceptables porque atentan contra el orden moral (o social) existente, o contra el “nuevo orden” que se quiere instituir. Y como todo “orden” tiene su “moral”, el nuevo mundo soñado por las “feministas misándricas” no resiste que las prostitutas “refuercen” (en su imaginario) una estructura social que tiene por elemento central la sexualidad humana, y el uso de esa sexualidad en beneficio propio.
El empoderamiento de la mujer sobre su propio cuerpo jamás será completo sino puede decidir libremente con quién (cuándo, cómo, dónde, y bajo qué términos), mantener relaciones “intimas”. El gran problema de las “abolicionistas” es que se ven forzadas a negar la existencia de esa libertad, de esa capacidad de las mujeres (prostitutas) a decidir sobre sus propios cuerpos y sobre sus propios intereses, y para hacerlo, se ven obligadas a un ejercicio de negación de sus capacidades morales, intelectuales y sociales, convirtiéndolas en la práctica en “incapaces” jurídicas necesitadas del “tutelaje” de quienes sí saben defender “sus” derechos y los de todo el colectivo femenino. En fin, en pleno Siglo XXI hemos vuelto a los tiempos de Fray Bartolomé de las Casas, pero en lugar de los “indios” considerados eternos menores de edad, y por lo tanto sometidos al tutelaje de un “europeo”, ahora nos toca a nosotras, las putas, sufrir el coloniaje de la Academia, de las mujeres blancas, profesionales, de clase media, hablando por nosotras, y silenciando nuestros deseos y nuestros derechos. Como se ve, las cosas cambian, pero a veces, no cambian demasiado.
MELISA STELLA SAAGRATTA
PROSTITUTA
Buenos Aires, 12 de Octubre de 2013.-
“DÍA DE LA DIVERSIDAD CULTURAL”
Hola amigo Bife....comparto también a 100% lo que aquí se dice.Gracias por dar a conocer este excelente texto.Un abrazo.
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