De algún lugar se escuchan
gritos, la tensión disminuye.
Solo la eléctrica. La humana fluye,
cabalga salvaje. Los capitanes asan
carne en macabro ritual
de risas e insultos.
Maniatados los pedros
ruegan, suplican por el final.
Quien es pedro y quien el capitán
depende de la causa.
He aquí su excusa
para defender la patria. Dirán
los revisionistas que son genocidas.
Ellos objetaran que cumplían su deber,
que se hizo lo que se debía hacer,
y que en una guerra resulta gente vencida.
Gritos, cadenas, rancio olor a humedad,
y un resplandor que provoca alaridos.
Un coro de aullidos desesperados, ladridos
a la luna. Única testigo de tremenda atrocidad.
Piensan en la bendición de la muerte,
pero a su vez le sienten temor.
Son placebos para escapar al dolor
imaginar ese viaje como la suerte
que los aleje de tal sufrimiento.
Un viaje hipotético y literal
a la vez. Un baño eterno de sal,
trajeado en polietileno. Un fragmento
del epitafio se hace eco,
retumba, se multiplica,
viaja en el inconciente y dignifica
la memoria de un ataúd hueco,
vacío de cuerpo. Se pega en libros,
flamea en banderas, canciones
y el coro de ladridos de las madres
que, al unísono, entonan el adiós.
Un adiós sin despedida,
de blancos pañuelos al viento
sienes nevadas, y sufrimiento
contenido por el resto de su vida.
Kantauri…
gritos, la tensión disminuye.
Solo la eléctrica. La humana fluye,
cabalga salvaje. Los capitanes asan
carne en macabro ritual
de risas e insultos.
Maniatados los pedros
ruegan, suplican por el final.
Quien es pedro y quien el capitán
depende de la causa.
He aquí su excusa
para defender la patria. Dirán
los revisionistas que son genocidas.
Ellos objetaran que cumplían su deber,
que se hizo lo que se debía hacer,
y que en una guerra resulta gente vencida.
Gritos, cadenas, rancio olor a humedad,
y un resplandor que provoca alaridos.
Un coro de aullidos desesperados, ladridos
a la luna. Única testigo de tremenda atrocidad.
Piensan en la bendición de la muerte,
pero a su vez le sienten temor.
Son placebos para escapar al dolor
imaginar ese viaje como la suerte
que los aleje de tal sufrimiento.
Un viaje hipotético y literal
a la vez. Un baño eterno de sal,
trajeado en polietileno. Un fragmento
del epitafio se hace eco,
retumba, se multiplica,
viaja en el inconciente y dignifica
la memoria de un ataúd hueco,
vacío de cuerpo. Se pega en libros,
flamea en banderas, canciones
y el coro de ladridos de las madres
que, al unísono, entonan el adiós.
Un adiós sin despedida,
de blancos pañuelos al viento
sienes nevadas, y sufrimiento
contenido por el resto de su vida.
Kantauri…
Excelennte y la frase de Camus tambien,hola amiga nueva de bitacoras,te deseo una hermosa semana y te he dejado un regalo para ti en el blog,espero te guste, un abrazo Helen desde Israel.
ResponderEliminarPrecioso el poema y me quedo con la frase "quien es Pedro y quien es el capitán", aprovecho también para saludarte a ti Helen.
ResponderEliminarY saludos hasta los versos.
Arwen
http://versoscalados.blogspot.com
Gracias chicos, un saludo grande!
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